Cuando comencé a viajar por el mundo y me adentré en el mundo del backpacking, creía que todos los viajeros habían iniciado, como yo, un viaje de autoconocimiento. Sin embargo, después de años dando vueltas entre hostels y charlando con gente en cafés perdidos dentro de una gran ciudad, comprendí que no siempre es así. Para algunos, el viaje constituye un auténtico descenso al infierno.
Hay gente que no viaja para conocerse mejor, sino para escapar de un pasado que los acosa. No es un viaje de expansión intelectual o emocional, sino que lo que se busca es silenciar los pensamientos o el pasado con la promesa de la frugalidad. Estas personas no viajan, sino que están sumidas en un continuo consumo de personas y experiencias.
Sin embargo, sin importar cuánto tiempo se la pasan dando vueltas, nada parece ser suficiente. Hay una sed de no acabar que no pueden saciar con ningún tipo de sustancia. Vagando por clubes nocturnos en ciudades como Bangkok, los encontras sin saber a dónde van. Hablan con todos, pero nadie sabe de ellos.
Te sonríen y te preguntan cómo estás, pero, por dentro, solo quieren seguir huyendo sin conectar con nadie. Como si sufrieran de una amnesia perpetua, estos prófugos, no viajeros, son capaces de saltar de un hostel a otro para volver a empezar todos los días aquella carrera para escapar de sí mismos.
Viajar para Encontrarse o Escapar: La Dualidad del Viajero y el Prófugo
Mi experiencia en el camino me llevó a entender que, si bien parece que todos los viajeros estamos atravesados por el mismo deseo, hay una diferencia fundamental que no se puede ocultar. Algunos si estamos viajando para lograr un conocimiento más profundo sobre nosotros mismos, pero otros simplemente se desplazan para huir de las profundidades de su maltrecho corazón.
Mi encuentro con este tipo de prófugos me llevó a pensar en la figura de Rimbaud y en su viaje metafísico descrito en Una temporada en el infierno. El camino, en este caso, es sumamente tortuoso. El sujeto se adentra en su propia perdición, experimentando la angustia, el sufrimiento, el desarraigo y la alienación.
Lo interesante de esta obra es que hay un notable cambio de signo en el viaje. En este caso, no es de carácter positivo, sino que es negativo. El lenguaje que Rimbaud utiliza en la obra es crudo y surrealista, que refleja la confusión y la lucha interna de este viaje infernal. La obra, al mismo tiempo, está marcada por una sensación de caos y desesperación que no se resuelve.
El Viaje hacia lo Desconocido: Dejarse Consumir por el Infierno
En Una temporada en el infierno, Arthur Rimbaud nos sumerge en un viaje que no es solo físico, sino espiritual, emocional y, sobre todo, autodestructivo. Cada paso que da adentrándose al infierno, es un intento de renunciar a lo desconocido y a su identidad.
Ahora bien, el infierno que el poeta describe no es un lugar fuera de la realidad, sino una manifestación del sufrimiento que se encuentra dentro de él mismo. Cada paso hacia el abismo es un abandono de su identidad, un proceso de despojo en el que el poeta se pierde.
“Mi alma es un naufragio que se ahoga en la espuma del mundo” dice Rimbaud hablando sobre sí mismo. La idea del naufragio, de perderse en las inmensidades de la mente, me hizo pensar en aquellos prófugos que conocí en Asia o Europa.
El suyo no es un viaje espiritual, sino que es un camino atravesado por el adormecimiento de los sentidos para intentar sumirse en la ignorancia. Es el camino del no ser, de la desconexión ensayada, del consumo eterno. Aquel consumir frenético que simplemente quiere apaciguar a la sed que se alza como una ola incontrolable.
Tal vez, aquel infierno del que hablaba Rimbaud sea algún club en Bangkok o en Ho Chi Ming, con un millón de luces que sobreestimularian a cualquiera. Música tan alta que no podes oír ni tus propios pensamientos. Millones de personas que entran y salen y que parecen todas iguales.
Aquellos demonios que se encontró en el infierno están, tal vez, encarnados en una modernidad frenética que perpetúa el consumo. Aquellas pesadillas de las que huimos cuando tenemos los ojos abiertos aparecen, de alguna forma, en aquellos espacios que fomentan la evasión a través de la autodestrucción.
El viaje, en este sentido, no es un camino hacia la salvación, sino un naufragio sin retorno. La autoinmolación que describe es la forma en que el poeta se disuelve en el caos, tratando de reconstruirse desde lo más profundo de su ruina. El viaje hacia el infierno se convierte en un proceso de disolución, donde cada paso es una entrega al sufrimiento, al vacío y al desgarramiento.
Para nuestra sociedad moderna, este viaje es aquel fomentado por el turismo relacionado con la venta de drogas o prostitucion. Como mencioné en otras entradas, el otro lado del turismo en muchos países asiáticos está relacionado con el consumo de drogas o personas a un precio bajo para los occidentales.



El Infierno como Fuga: La destrucción como camino al conocimiento
Sin embargo, el viaje que Rimbaud describe no tiene la intención de aniquilar al viajero, sino de transformarlo. El “infierno” es solo un paso en el camino de la autoliberación. En este descenso al abismo, la destrucción que el sujeto perpetúa sobre sí mismo es la semilla para la resurrección.
“Voy a ir al infierno, con la cabeza en alto, mi corazón es la llama que nunca se apaga.” escribe, dando cuenta de una voluntad que perpetúa al caos y al sufrimiento. Tal vez, encuentra en la autodestrucción y la pérdida de la identidad una forma de autoafirmación.
Me pregunte entonces, si tal vez estos prófugos estarían, sin saberlo, buscando algún tipo de verdad a través de la destrucción. Eso explicaría las noches en vela y los miles de euros invertidos en alcohol, drogas y prostitucion. Las emociones reprimidas y cubiertas bajo mañanas que se evaporan por la resaca. La misma noche en loop, repitiendo infinita cantidad de veces.
El samsara que se repite sin ningún tipo de control, el olor de los cigarrillos y los vasos ya vacíos que quedan en las mesas al amanecer. Me pregunto si la finalidad de todo esto no sería, de forma inconsciente, la misma que la mía.
Si todos los nómadas estamos inmersos en el mismo ciclo que para algunos es el cielo y para otros es el infierno, pero que tiene el mismo fin. Algunos creyendo que expandimos la consciencia, otros que están huyendo de sí mismos, pero todos terminamos igual.
Conclusión
El viaje para mi, el infierno para otros, es siempre una búsqueda profunda que destruye la propia identidad. Cada día en el camino es un acto de despojamiento, pero también de afirmación.
Tal vez, vivir de mochilero e irse al infierno son dos caras de la misma moneda. De formas opuestas, se llega a la pérdida del yo y al perpetuo caos. Algunos, tal vez, intentamos que este camino sea mas pacifico y placentero. Sin embargo, debemos recordar que, tanto los viajeros como los prófugos estamos inmersos en el mismo proceso destructivo. Aquella fragmentación del yo de la que hablaba Rimbaud cuando llegó al infierno.
Si te interesa saber más sobre Asia, podés visitar mi entrada sobre Bangkok y sobre el Budismo en Tailandia.
¿Te gustaría profundizar en el concepto de viaje interior y autodestrucción en la literatura?
Explora un análisis detallado de Una Temporada en el Infierno de Arthur Rimbaud en este artículo literario.
Además, descubre cómo Dante Alighieri aborda el viaje espiritual en La Divina Comedia en este estudio académico.
Para una perspectiva cultural más amplia, lee sobre el concepto de viaje al inframundo en la mitología griega en este artículo de National Geographic
me hizo reflexionar profundamente sobre las consecuencias del viaje y lo que esto implica. Muchas gracias por el bello texto!!
gracias por leer! 🙂