Cuando llegué a Bali en enero de 2023, no pude dejar de preguntarme si sería tal como lo había visto en la película de Julia Roberts. Sí todo lo representado en aquella película sería tan espiritual como aparece en el imaginario de muchas personas de mi misma generación. Tal como lo profesa Comer, Rezar y Amar, Bali es un destino con fuerte espiritualidad que invita a miles de turistas a reencontrarse consigo mismos.
Desde la arquitectura de Bali a la amabilidad de sus habitantes, se observa que la espiritualidad es un factor importante en la cotidianidad de la isla. Centros de meditación y de yoga, monjes, sonrisas, campos de arroz. Pero también hay boliches, alcohol, ruido, comida occidental y miles de turistas que viajan a Bali para emborracharse.
En ese momento, la cara del monje que le sonríe a la protagonista de la historia se desvaneció un poco. Dejé de lado la idea de que haría yoga por la mañana y que meditaría por la tarde por el plan de emborracharme durante la noche. El deseo y la promesa de la reconciliación con uno mismo que se había filtrado en mi generación comenzó a decaer a medida que pasaba tiempo en los distintos lugares de Bali.
Sin embargo, mi viaje no fue en vano. Bali no era aquel sitio idílico que nos habían prometido, pero si era un significante vacío que podía ser llenado con varias incógnitas. Al contemplar a los viajeros que me rodeaban en el hostel, me pregunté muchas veces: ¿dónde termina la devoción y empieza la performance? ¿Buscamos una experiencia espiritual o más bien, buscamos consumir productos espirituales?
La espiritualidad en Bali como un escenario
Desde que Elizabeth Gilbert publicó Comer, Rezar, Amar, Bali dejó de ser solo una isla del sudeste asiático. Se volvió un símbolo. Un santuario tropical donde viajeros occidentales rotos venían a sanar entre yoga, arrozales y sabiduría ancestral. Bali, como un paraíso perdido que prometía la reconciliación de todos los conflictos.
En esa versión idealizada, la espiritualidad balinesa es accesible, amable, lista para recibirnos con un mantra perfecto para nuestro feed de Instagram. No me malinterpreten, no estoy diciendo que Bali no sea un paraíso y que sus habitantes no sean amables. Creo que Bali puede brindarnos una experiencia espiritual y provechosa, pero no es lo único que brota de las calles de dicha isla.
La verdad es mucho más ambigua, más humana, no tan digerible ni instagrameable. Como la vida en general, la isla me resultó muchas veces un terreno ambiguo que invitaba a la exploración de fenómenos de distinta índole. Si, efectivamente había espiritualidad en Bali, pero también había mucho consumo. No solo de bienes materiales, sino de experiencias de todo tipo.
La experiencia que la pantalla nos había prometido: yoga, meditación y renacimiento, reciclada infinita cantidad de veces, lista para ser exportada como cualquier otro producto a occidente. Las fotos con vestidos largos en los campos de arroz, resultados de una producción extrema que dista mucho de la experiencia real de visitar dichos lugares.
Bali es naturaleza y belleza, pero también es consumo y producción masiva de experiencias listas para ser posteadas en instagram. Ya no alcanza con pegar imanes en la heladera. En esta oportunidad, coleccionamos experiencias en nuestro feed que no reflejan la realidad.
Bali y la contradicción
Mi experiencia en Bali estuvo atravesada por la contradicción: por un lado, sí estuve en contacto con la cultura asiática balinesa y con todo lo que supone. Por todos lados es posible encontrar comida típica y toparse con la arquitectura Balinesa. Sin embargo, también me encontré con un espacio que estaba sumamente contaminado por la cultura western y el turismo. Restaurantes internacionales, hoteles, marcas de ropa que son claramente extranjeras y la explotación de experiencias locales.
En Ubud, por ejemplo, ví centros de meditación, ceremonias balinesas adaptadas para la mirada de los turistas y chamanes que parecían ser influencers. El famoso templo de los Monos donde los turistas se desesperaban por conseguir de forma patética fotos con los animales. Miles de australianos o europeos que se mudaban a Bali para “alejarse” de la vida occidental, sabiendo que aquella isla era la perfecta adaptación de la cultura Western en Asia.



La religión balinesa, una mezcla profunda de hinduismo, animismo y rituales comunitarios, sigue viva. Pero también está siendo invadida por el deseo occidental de encontrar “el significado de la vida” en una clase de yoga con vistas a la playa. Esta es la constante contradicción que atraviesa a la isla. Las familias locales sumergidas en la continua convivencia con el otro. El hecho de encontrarse por la calle con más extranjeros que con los oriundos de aquel país. La promesa de la espiritualidad en Bali pero también la masificación del turismo, la mercantilización de las experiencias y la búsqueda sin fin de la producción de dinero a través de la venta de productos de toda índole.
Bali: Turismo y espiritualidad
Si tenés deseos de visitar Bali, comprá ese boleto y encaminate en tu nueva aventura hacia el sudeste asiático. Pero no esperes encontrarte con aquella ficción que las pantallas grandes crearon. Bali es, a fin de cuentas, un producto mucho más complejo y contradictorio que aquel que nos dibujaron en el cine.
La espiritualidad en Bali existe, se respira en su cultura, en sus templos y en las sonrisas sinceras de su gente. Pero también convive con un turismo masivo que transforma esa espiritualidad en un producto listo para el consumo. Bali no es solo un destino para hacer yoga o meditar al amanecer; es un espacio de contrastes, donde la tradición se mezcla con el deseo occidental de encontrar sentido en paisajes exóticos.
Bali encarna el deseo de huir de la vida mecánica occidental para migrar hacia una reproducción más cómoda de la sociedad Western. Esta isla es como un pequeño mundo donde se encuentran todas las comodidades y lujos de aquella sociedad de la cual se pretende escapar.
El tal criticado capitalismo que aparece nuevamente en la mercantilización de las experiencias. En la puesta en escena de una producción para sacarle fotos a los turistas en los campos de arroz con vestidos que nadie usaría con el clima de la isla. En el uso y abuso de animales para regalarles experiencias instagrameables a los viajeros.
Conclusión
Para quienes buscan una experiencia auténtica, Bali puede ofrecer mucho más que una postal perfecta para Instagram. Puede ser un espejo incómodo que nos invita a preguntarnos por qué viajamos, qué estamos buscando realmente y qué fantasías traemos en la valija. Si buscamos conectarnos realmente con la cultura local o si, en verdad, queremos encontrar una reproducción de nuestras ciudades en un espacio más ameno. Si queremos aprender del lugar o si pretendemos consumir productos para poder decirles a nuestros conocidos que “estuvimos en Bali”.
Al final, más allá de lo que vimos en una película o leímos en un libro, el verdadero viaje a Bali comienza cuando dejamos de buscar certezas y nos abrimos a la complejidad de lo que la isla realmente es. Cuando nos damos cuenta de que el producto que representa aquella ficción pretende ocultar la innumerable cantidad de contradicciones que acarrea esta isla en el sudeste asiático.
Solo así podremos apreciar la verdadera belleza de Bali. Detrás de aquel producto que nos vendieron y que ha logrado plasmarse en nuestro imaginario colectivo, la isla representa la integración de la cultura Western con la balinesa. Bali es naturaleza infinita, pero también es aquel objeto de consumo plástico que se reproduce en miles de feeds de instagram.
El viaje a Bali depende únicamente de que tipo de viaje quieras transitar. Si deseas alcanzar un conocimiento de vos mismo a través de la integración con la cultura local, o si querés solamente consumir productos constituídos por experiencias artificiales listas para ser posteadas online. Sea lo que sea que decidas, Bali tiene algo para ofrecerte.
Si te interesa saber más sobre Asia, podés visitar mi entrada sobre las dualidades de Bangkok y el Budismo en Tailandia.
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