Cuando llegué a Croacia en el 2020 gracias al programa Croaticum, creía que iba a visitarla tierra de mis abuelos y que, con suerte, tal vez podría conocer a mis parientes lejanos. Sin embargo, la llegada de la pandemia marcó para mi un punto de no retorno que no fue solo geográfico, sino también espiritual. Con un pasaje de retorno que no podía usar, la posibilidad de volver pronto a casa se desvaneció. Como viajera con doble ciudadanía croata y argentina, el arraigo en esa nueva tierra tomó un rumbo inesperado
Esos meses para mí marcaron un proceso de cambios que sacudió por completo la identidad que había construido durante veinticinco años. La idea de que volvería a Argentina para trabajar como profesora de Literatura en la Universidad de Buenos Aires se desplomó cuando me di cuenta de que el mundo entero se había abierto para mí.
No sólo conocí a mis parientes, sino que aprendí croata y construimos un lazo emocional que jamás había entrado en mis cálculos. Con el tiempo, fui construyendo una rutina que reemplazó aquella cotideanidad que había tenido en Argentina por tanto tiempo. Sin darme cuenta, cuando las fronteras volvieron a abrirse, mi desesperación por regresar a mi hogar del otro lado del océano se convirtió en curiosidad.
¿Qué pasaba si me quedaba? ¿Si aprendía el idioma, conseguía un trabajo y me hacía nuevos amigos en otro continente? Con el tiempo, aquel pensamiento se materializó y se volvió parte de mi presente, al igual que mi nueva identidad. Con la llegada de una nueva Nadia, se me presentaron nuevas preguntas que aún, después de cinco años, no logro responder.
¿De dónde soy y a dónde voy? ¿Estoy llegando a Croacia o estoy, simplemente, volviendo?
Cuando contemplo las fotos de mis bisabuelos, las semejanzas entre los rasgos de mis primas y los míos, la fuerza con la que me abrazan cada vez que vuelvo a visitarlas, la naturalidad con la cual pronuncian mi apellido, no puedo evitar preguntarme ¿Llegué a Croacia o simplemente volví?
El choque entre lo conocido y lo desconocido: vivir con doble ciudadanía croata y argentina
Desde el momento en que pisé Croacia, sentí una mezcla de emociones contradictorias. Por un lado, sentía que el dolor por estar lejos de Argentina y de mis seres queridos estaba adherido a mi corazón como una hiedra que me oprimía el pecho. Pero, por el otro, contemplar el mismo mar que habían visto mis bisabuelos antes de abandonar su país para ir a Argentina parecía tener todo el sentido del mundo.
El hecho de que ellos hubieran abandonado su patria para cruzar el océano parecía haberse repetido casi cien años después. En cierto sentido, cada vez que contemplaba la belleza del mar adriático, sentía que encarnaba aquella emoción del desarraigo que mis abuelos habrían sentido cuando tuvieron que abandonar Croacia sin saber si iban a volver.
Pero era yo la que había vuelto aquella vez. Era yo la que había abandonado a su familia y a sus amigos sin saber cuando iba a volver a casa. Comprendí entonces que yo “no era de ahí”, pero había una extraña familiaridad que no dejaba de asecharme cada vez que aprendía nuevas palabras en croata y que tomaba café con mis primos. Era como si estuviera en un sueño colectivo compartido por mi familia, pero me encontrara de forma solitaria en la realidad.
La frontera entre viajera y local empezó a difuminarse sin que me diera cuenta. Al mismo tiempo, mi identidad se bifurcó y me encontré con una versión de mí misma que no había visto nunca antes. Una que se movía con naturalidad ahí, que hablaba el mismo idioma que sus bisabuelos y que se peleaba con la policía croata para obtener la ciudadanía.
La carga de la doble ciudadanía croata y argentina: tener derecho a estar, pero no saber cómo estar
Tener doble ciudadanía croata y argentina me otorgaba el derecho de estar allí, pero me dejaba una pregunta inquietante. ¿Realmente tenía el derecho de ser parte de esa comunidad? Aunque podía participar de las mismas conversaciones, trabajar en el mismo idioma y ser apreciada por mi familia y mis amigos, mi acento español y mis costumbres argentinas eran evidentes.
Mi pasaporte me permitía ser “local” en papeles, pero no en la percepción de los demás. ¿Era yo una “verdadera” croata? ¿O solo una turista privilegiada que había nacido en otro lado? La conexión con mi historia se mantenía, pero a través de una línea de tiempo fracturada. Al mismo tiempo, ¿Era mi historia o la de mis bisabuelos la que yo estaba continuando?



En este sentido, ¿Qué pasa con la identidad cuando está fragmentada? Cada vez que me sentaba contemplando a charlar con los parientes de mis bisabuelos, me preguntaba si estaba tomando lo mejor de ambos mundos o si simplemente me mantenía flotando entre dos mundos sin poder integrarme en ninguno.
Mi mente iba y venía entre un futuro incierto y un pasado que no era de todo el mío. La línea que dividía mi identidad de la de mis parientes era cada vez más delgada. Las preguntas se multiplicaban al igual que los viajes entre Argentina y Croacia. Mi identidad se bifurcó una y mil veces. Me preguntaba si le habría pasado lo mismo a mis bisabuelos, que habían vuelto a Croacia en busca de un hogar que ya no estaba.
La incomodidad de ser “extranjera en casa”
Con la obtención del pasaporte croata llegó también la incomodidad de sentirme “extranjera” en todos lados. En Croacia, separada por una diferencia idiomática y cultural que no puede ser sorteada a pesar de haber aprendido croata. Ni los cinco veranos en Croacia ni los miles de cafés que tomé pueden cambiar las marcas identitarias de haber nacido en Latinoamérica.
Por otro lado, después de tanto tiempo fuera de casa, nada puede borrar las cicatrices que me dejó el vivir en una sociedad tan distinta. Cada vez que vuelvo a Argentina, me encuentro con un hogar que aparentemente se mantiene igual, pero al que ya no puedo volver.
El hecho de haber abandonado la cotideanidad en mi propio país me hace sentir muchas veces como una extranjera. Quedar afuera de tópicos comunes y de chistes, no comprender bien la actualidad política y económica y perderme de eventos importantes son algunas de las consecuencias que deja vivir afuera.
¿Qué significa ser parte de un lugar si no compartís su vida cotidiana, su cultura viva? ¿Podés decir que pertenecés a dos lugares y al mismo tiempo a ninguno? Me di cuenta de que la doble ciudadanía croata y argentina a la vez implica una constante negociación entre las historias que nos contaron y la realidad que nos rodea.
Lo que aprendí sobre mi identidad al estar en Croacia
La experiencia de estar en Croacia me ayudó a entender muchas cosas sobre mi identidad. Aprendí que la identidad no se define por un lugar geográfico, sino por las conexiones que creamos con los demás y con las historias que elegimos llevar con nosotros. Mi relación con Croacia no es menos real por haber crecido en otro lugar. Es una relación construida sobre los relatos familiares y la lengua que, aunque no habité allí, siempre estuvo presente. Un lazo sustentado por el pasado que heredé, pero el presente que también construí con mucha emoción. Un proceso de redescubrimiento. Un retorno, pero también un futuro distinto.
Al estar en Croacia, comprendí que la identidad no es una cuestión de “pertenecer” a un lugar físico, sino de cómo nos relacionamos con los lugares y las personas que nos dan sentido.
Conclusión: Encontrar mi lugar entre dos mundos
Vivir entre dos países es un desafío constante. La doble ciudadanía no solo te da el derecho de pertenecer a dos lugares, sino que también te obliga a redefinir lo que significa pertenecer. Ya no se trata de ser “local” o “extranjero”, sino de ser capaz de habitar esos espacios entre dos mundos, reconociendo que no necesitas encajar por completo en ninguno para sentirte en casa.
En este sentido, tener la doble ciudadanía croata y argentina fue para mí una decisión, una responsabilidad y también un honor. Fue un compromiso que elegí encarnar: el hecho de aprender de aquel lugar, de fundirme con su cultura, de encontrar las huellas que la memoria familiar había construido. De poner el cuerpo y aceptar la perpetua bifurcación identitaria. De ser un significante a la pregunta “¿quién soy?”, condenada a vagar sin respuesta.
Pero, con el tiempo, comprendí a convivir con esta dicotomía y con los infinitos espacios en blanco. Ya no siento la necesidad de elegir ni de definirme. De tachar un casillero en alguna lista. Ya no creo que sea malo hablar croata con acento español ni tampoco volver a Argentina y no tener idea de qué está pasando.
Ser croata y argentina al mismo tiempo es un regalo y una carga. Creo que un pasaporte no define quién soy, pero las historias, las experiencias, y las relaciones que construyo, sí. Y aunque Croacia nunca fue mi “hogar” en el sentido literal, al volver descubrí que las raíces, aunque distantes, siempre encuentran una forma de arraigarse.
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Tenés doble ciudadanía y te pasó lo mismo? Te leo!